jueves, 22 de enero de 2009

La magia de enero y febrero

A continuación, para ir abriéndo boca antes del concurso, os copio un texto que escribí hace un par de años sobre mi experiencia carnavalera. Es muy personal, y muy ingenuo, pero ¿para qué tocarlo si es eso lo que quise decir entonces?...


Durante el resto del año, casi nunca recuerdo lo dichoso que me siento durante los meses de enero y febrero. Para la mayoría de personas supongo que será una época sosa y sin mucho sentido. Está la resaca de las fiestas navideñas, que siempre dejan un regusto incierto, como cuando se despierta uno después de haber dormido profundamente durante doce horas seguidas. La llegada de la primavera aún queda lejos y en muchos sitios el invierno verdaderamente crudo llega durante estas fechas. Sin embargo, para mí siempre han sido unos meses absolutamente maravillosos. Igual que en verano acabo agotado, en otoño me vuelvo introspectivo y poético y en primavera optimista, en enero y febrero me siento en paz. Es la única época del año en que creo estar verdaderamente sereno y lúcido. Es el único momento en el que mi ánimo se siente capacitado para admirar la belleza en todo. Durante mis particulares meses mágicos el aire me huele distinto. Frío y cálido a la vez. La luz es tan especial que me faltan los días para contemplarla y llenarme de ella. Todo está bien y es como debe ser. Con los años compruebo que ésta es una sensación interior, un estado de ánimo independiente del lugar en el que esté mi cuerpo. Sin embargo, existe un sitio donde todo esto se hace más intenso: Cádiz. Allí, la luz del sol es la más valiosa que he contemplado jamás, únicamente perseguida, a cierta distancia, por la de Sevilla y, quizás la de Budapest. El mar de Cádiz mezclado con su luz y su aroma, convierte enero y febrero en un momento tan especial que hace daño. Y, claro, también está el Carnaval. Una fiesta que es considerada menor o populachera por la mayoría de gente culta (excepto grandes y admirables excepciones).
El Carnaval de Cádiz es mucho más de lo que piensa la gente que no lo conoce en profundidad, y más todavía de lo que siente un gaditano inmerso en las coplas de lleno. Claro que esto son impresiones mías. El sonido de un “punteao” de guitarra, un contra alto bien metido o un poema musicado, es capaz de dar un pellizco a mi corazón tan grande que sólo con eso creo que mantiene los latidos durante el resto del año. Únicamente con eso. Que no es poco…

En enero y febrero se me ocurren las mejores ideas, llevo a cabo los proyectos más interesantes y suelo disfrutar de los mejores golpes de suerte. Cada día me siento feliz de oler. Si me pusieran una venda en los ojos y me dieran el olor de cada mes, seguro que confundiría junio con agosto y mayo con septiembre. Pero reconocería el olor de esta época a la primera. Distinguiría casi el día exacto del mes en cuestión.

Además, tengo la gran suerte de compartir esta agradable impresión con algunos buenos amigos, gaditanos por supuesto y por nacimiento, que hace aún más interesante la vivencia. Exceptuando esa compañía, me produce un gran placer sentirme tan dichoso y que para los demás sea un auténtico misterio. Como he dicho antes, para la mayoría son unos meses de transición sin más historia. Y yo me regocijo cuando me miran con cara extraña y no comprenden el por qué de mi felicidad. Es como un secreto que sólo yo conozco y del que no tengo que preocuparme de ocultar. Lo explico abiertamente, los demás lo comprenden, pero nunca llegan a entenderlo. Sencillamente, es inexplicable.

Como todo, esto tiene una parte negativa. Cuando acaba febrero, llega marzo, y la primavera, y yo vivo aún con las migajas de mi felicidad. Pero conforme van transcurriendo los meses, las reservas se van agotando. Y llega un momento en que todo queda en el olvido y me entrego, más o menos como el resto de los mortales, a los diferentes ánimos, no tan satisfactorios, que me ofrecen los restantes meses del año. Pero cuando ocurre esto, de repente, me despierto un día, salgo a la calle, y un olor hace que me detenga en seco. Miro una plaza y la veo bañada en un oro viejo y suave que se derrite en cualquier banco. Y doblo una esquina y me encuentro a mí mismo de frente y me digo: “¿Qué tal querido?, ¿Cómo ha ido este año? No hace falta que contestes, en realidad, no importa. Vengo a comunicarte que es verdad, viejo. Ya llega tu momento. Disfrútalo”. Y entonces, vuelvo a saber quién soy y dónde estoy. Y sigo caminando con media sonrisa, mientras mi corazón se para durante un segundo, para volver a latir a ritmo de tres por cuatro.

1 comentario:

  1. Aquí estoy ya, registrado y ávido por empezar a oir cositas buenas, y sobre todo por debatirlas con grandes expertos en la materia.
    Gra blog Dani!!

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