Me gustaría llevar a diario un traje gris remangado y que me sentara tan natural como a él. Y una corbata fina en el cuello desabrochado de la camisa. Derramar mis pasos alegres con un cigarro en la boca para acudir a la cita con el Gin Tonic. Ser rockero y cofrade, y que eso fuera corriente. Pagaría por vivir en la Sevilla de los años ochenta, porque allí la movida –a diferencia de Madrid- no la protagonizaban niñitos aburridos con ganas de hacer el idiota.
Uno, que coquetea con la música como un quinceañero ensaya poemas desacertados para la vecina de enfrente, sabe que hacer una buena canción es difícil. De este modo, una persona que no hace una, sino muchas obras de arte de cuatro minutos, no puede sino estar tocado por la gracia. Silvio sabía, al igual que lo sé yo, que es complicado ser fiel a Baudelaire y ser sublime sin interrupción, y por eso supongo que eran pocas las ocasiones en las que no estaba borracho como una cuba. El bohemio auténtico sólo es aquél que no es consciente de que lo es. Por eso era un genio, y se convirtió en una leyenda en vida.
Convertir una melodía de Semana Santa en un swing es arte; nombrar a todas las vírgenes de Sevilla en una versión de Stand by me, también. Cambiar la coletilla “oh yeah!” en mitad de un rock puro por un “ole ahí”, y que suene americano y sevillano a la vez, sólo está a su alcance.
Por eso, queridos amigos, si aún no han descubierto a Silvio Fernández Melgarejo, aquí está su myspace, y este documental de una hora que no tiene desperdicio: A la diestra del cielo. Y termino con una minigalería de frases que me encantan de sus canciones: Está cerrada la droguería, candelaria de mi oscuridad, te pido un trago de cerveza y me dices no con la cabeza. Lo que quiero yo lo sabes tú: ir a mi aire.
Uno, que coquetea con la música como un quinceañero ensaya poemas desacertados para la vecina de enfrente, sabe que hacer una buena canción es difícil. De este modo, una persona que no hace una, sino muchas obras de arte de cuatro minutos, no puede sino estar tocado por la gracia. Silvio sabía, al igual que lo sé yo, que es complicado ser fiel a Baudelaire y ser sublime sin interrupción, y por eso supongo que eran pocas las ocasiones en las que no estaba borracho como una cuba. El bohemio auténtico sólo es aquél que no es consciente de que lo es. Por eso era un genio, y se convirtió en una leyenda en vida.
Convertir una melodía de Semana Santa en un swing es arte; nombrar a todas las vírgenes de Sevilla en una versión de Stand by me, también. Cambiar la coletilla “oh yeah!” en mitad de un rock puro por un “ole ahí”, y que suene americano y sevillano a la vez, sólo está a su alcance.
Por eso, queridos amigos, si aún no han descubierto a Silvio Fernández Melgarejo, aquí está su myspace, y este documental de una hora que no tiene desperdicio: A la diestra del cielo. Y termino con una minigalería de frases que me encantan de sus canciones: Está cerrada la droguería, candelaria de mi oscuridad, te pido un trago de cerveza y me dices no con la cabeza. Lo que quiero yo lo sabes tú: ir a mi aire.