martes, 29 de marzo de 2011

En las sombras

Pensaban que había muerto, pero él podía oírles e incluso observaba cada uno de sus movimientos desde las tinieblas. Todos lloraron su pérdida, pero el peso implacable de lo cotidiano fue restableciendo la alegría en aquéllos que derramaron lágrimas. Él sufría viendo cómo las memorias divagaban cada día menos sobre su recuerdo. Incluso, al poco tiempo, fue testigo de brindis desenfrenados, besos tortuosos y risas como llantos que ya poco volaban en su honor, y se introducían en oídos extraños.


Las flores que honraban su memoria duraron frescas poco tiempo.


Pero un día, mientras todos danzaban ebrios de olvido y felicidad, un rumor avisó sobre su vuelta. Podría ser que las propias llamas del Infierno lo devolvieran a aquéllas sucias esquinas. Entonces la música se detuvo; a algunas les temblaron las rodillas, y otros fruncieron el ceño. A todos se les helaron los huesos.


Él, sin embargo, no tenía intención de nada. Sólo se divirtió un rato observando la reacción pavorosa de aquellos que lo amaron, y luego volvió a zambullirse en polvos de pez globo, repletos de tetrodotoxina.

martes, 1 de marzo de 2011

Oda libre y alegre

A estas alturas, con casi todo ganado y mucho perdido, ¿qué puedo decir ya? En este ciclo infinito donde apareces a diario caben pocas palabras y sólo hay espacio para lo indescifrable. Es decir, en el fondo, apenas hemos zambullido los pies en nuestras respectivas orillas, y aún queda todo el océano. Es lo que tienen las versiones.

De ti siempre me gustó: esa forma de mirar de reojo, como una dorada a la plancha. Tus orejas. Tus pies. Tu piel. Tu afición a la almohada. Tu valentía. El sonido de tu respiración, como si vivieras en el fondo de un pozo infinito. El olor a frutas de tu crema de labios. Tu amor a la cerveza fresquita. Todas tus colonias. El cambio de tu estado de ánimo según las necesidades físicas. Tu voz un poco rota. Tus tangas de oro. Tu risa contagiosa. Lo que te divierte preguntar calles a la gente de la calle. Cuando tarareas canciones que no sabes en días de resacas aceitosas. Tu incapacidad para ver películas sin quedarte dormida. Tu belleza entera. Tus descansos en albornoz después de ducharte. Tus mosqueos tan femeninos. Tus calcetines de media de vieja. Las manchas de maquillaje en el hombro de mis camisas blancas. Que leas los libros que te gustan. Tus pijamas de franela. Cuando lloras porque te da pena alguien que no conoces, como los vagabundos. Tu silencio irritado cuando despiertas. Tus ojos enormes. La vocecita educada que pones cuando hablas con extraños. Cuando te ríes sola al recordar algo. Lo seria que te pones cuando te maquillas o te pintas las pezuñas. Tu pelo, que es una cascada eterna. Que planees siempre formas fraudulentas e imposibles de ganar dinero, y te mosquees cuando me niego a llevarlas a cabo. Tu humor, tan negro como el mío. Tu bondad y tu malicia, ambas ingenuas de igual forma... todo esto y diez millones de cosas más que son recuerdo y presente. Un tesoro en cualquier caso.

A veces todo parece un sueño, pero esas horas infinitas en las que se mezclaron las lágrimas, el tabaco, los sueños, las risas, los disparates, los silencios, las conversaciones y las alucinaciones comunes, existieron en realidad.

Y yo, que soy un experto en adaptarme a las imposiciones caprichosas de la vida, sé que puedo mantenerme sin ser testigo privilegiado de todas estas cosas. Incluso podría llegar a vivir sabiendo que otros ojos lo verán en mi lugar, aún siendo ciegos de oído y sordos de corazón. Sin embargo, no soy de los que tapan con tipex para sobrevivir. Todo este tesoro sólo queda escondido en una de mis orillas particulares, enterrado pero alimentándose como puede de sol y sal y arena. Únicamente dormido, soñando con el día en que una mano, tu mano, lo desentierre y todo se vuelva presente. Otra vez. Por primera vez.