martes, 27 de septiembre de 2011

¡Ay, mi blog!

Qué lástima me da entrar y verlo tan olvidado. Tuve un arranque de año prometedor en cuanto a número de entradas, pero luego... Todo tiene una explicación en la vida, y tengo que decir que durante los últimos meses me he permitido el lujo de escribir poco. Porque después de una etapa introspectiva -que ya duraba mucho- me he dedicado simplemente a vivir. Sin más. Me he dedicado a hacer cosas y a estar con la gente. A veces, bucear mucho en el mundo interior de uno mismo sólo consigue que perdamos la perspectiva, y aumente nuestra planta taciturna y alucinada. Era un buen momento para vivir un poco hacia fuera.

De todas formas, todo está bien en su justo equilibrio, así que espero retomar un poco el blog.

sábado, 23 de abril de 2011

Chistes de montaje

Esta es una de mis escenas preferidas de 'Los caballeros de la mesa cuadrada' de los Monty Python. Cada vez que lo veo es que me parto... jaja. Además, me parece uno de los mejores chistes 'de montaje' de la historia del cine... A algunos les parecerá una estupidez, pero a mí me encanta cuando aparece el tío y le clava la espada. Y el otro soldado: "¡Oiga!". Grandioso.


miércoles, 20 de abril de 2011

Los éxtasis que pudieron haber sido

Allan Poe inicia su magnífico relato ‘Berenice’ de la siguiente forma: “La desdicha es diversa. La desgracia cunde multiforme sobre la tierra. Desplegada sobre el ancho horizonte como el arco iris, sus colores son tan variados como los de éste y también tan distintos y tan íntimamente unidos. ¡Desplegada sobre el ancho horizonte como el arco iris! ¿Cómo es que de la belleza he derivado un tipo de fealdad; de la alianza y la paz, un símil de dolor? Pero así como en la ética el mal es una consecuencia del bien, así, en realidad, de la alegría nace la pena. O la memoria de la pasada beatitud es la angustia de hoy, o las agonías que son se originan en los éxtasis que pudieron haber sido”.

jueves, 7 de abril de 2011

Mi hermano flamenquito

Os dejo este vídeo grabado la pasada Nochebuena. En él se puede ver lo bien que canta mi hermano de ocho añitos (descamisado como buen flamenco) estos dos temazos de Chico Ocaña.

miércoles, 6 de abril de 2011

El club de los malditos

Tal vez sea un exceso de vanidad por mi parte, pero como ya dije en otra ocasión, me siento muy identificado con las disparatadas, malditas y extravagantes vidas de muchos escritores. Especialmente pienso en tipos como Baudelaire o Poe –tan relacionados entre sí-, a los que me une una secreta camaradería. Y los admiro tanto por sus respectivas obras como por sus singulares existencias.

Como ellos, siento un anhelo implacable de vida, felicidad, verdad y belleza. Un anhelo que nunca queda satisfecho. Siento una necesidad imperiosa de escribir pero me falta la constancia y el método. Lucho incansablemente por tomar las riendas de mi vida, pero sólo lo consigo a veces y la mayoría se me escapan. Mezclo, por tanto, realidad y ficción en todo lo que produzco y, en ocasiones logro cosas y muchas veces nada.

Los que formamos esta banda en la que estamos Baudelaire, Poe, otros muchos y yo, podemos oler perfectamente el fracaso, aunque nuestros oídos han recibido regalos desmesurados. La fama es algo que nos trae sin cuidado, aunque nos importa lo que piensa de nosotros nuestro círculo más íntimo. No tenemos suerte económica ni amorosa, aunque hemos disfrutado de grandes pasiones e, inexplicablemente, hemos nadado en la abundancia.

Así, reconozco en mí un sentido del humor negro, irónico, ácido y, a veces, cruel, del que me enorgullezco y que me permite reírme de mí mismo y hasta de lo macabro. Para mí, el humor de consumo propio no entiende de piedades, y por ello aprecio tanto a aquéllos con los que lo puedo compartir. Al mismo tiempo, he generado una tendencia a la melancolía –de la que no me siento orgulloso-, en parte por los avatares dramáticos, en parte por mi propia naturaleza. No obstante, poseo una gran capacidad de diversión propia y ajena. Una de mis múltiples dualidades consiste en compaginar una vertiente formal, responsable y equilibrada, con otra dionisíaca que no conoce límites. Los de este club somos así, formales y golfos al mismo tiempo. Somos señores.

Como buenos caballeros, otorgamos importancia a valores como el honor y la honestidad. Reconocemos las miserias humanas y nos alejamos de la hipócrita y absurda idea que pretende convertirnos a todos en idiotas solidarios. Nosotros procuramos ser justos, pero también sentimos desprecio y, como dice B. en el poema ‘A la una de la madrugada’ del Spleen de París, rezamos a Dios para que nos conceda la gracia de producir algunos versos que prueben que no somos inferiores a aquéllos a los que despreciamos.

Además, podemos tener enemigos a los cuales respetamos y, en cierto modo, amamos por dar un sentido antagónico a nuestras vidas. Aún así, procuramos ser terribles para ellos.

En definitiva, esto es un club selecto aunque abierto y conozco a más de uno y de dos que entrarían por la puerta grande. Hay que reconocerlo… algunos estamos malditos.

martes, 29 de marzo de 2011

En las sombras

Pensaban que había muerto, pero él podía oírles e incluso observaba cada uno de sus movimientos desde las tinieblas. Todos lloraron su pérdida, pero el peso implacable de lo cotidiano fue restableciendo la alegría en aquéllos que derramaron lágrimas. Él sufría viendo cómo las memorias divagaban cada día menos sobre su recuerdo. Incluso, al poco tiempo, fue testigo de brindis desenfrenados, besos tortuosos y risas como llantos que ya poco volaban en su honor, y se introducían en oídos extraños.


Las flores que honraban su memoria duraron frescas poco tiempo.


Pero un día, mientras todos danzaban ebrios de olvido y felicidad, un rumor avisó sobre su vuelta. Podría ser que las propias llamas del Infierno lo devolvieran a aquéllas sucias esquinas. Entonces la música se detuvo; a algunas les temblaron las rodillas, y otros fruncieron el ceño. A todos se les helaron los huesos.


Él, sin embargo, no tenía intención de nada. Sólo se divirtió un rato observando la reacción pavorosa de aquellos que lo amaron, y luego volvió a zambullirse en polvos de pez globo, repletos de tetrodotoxina.

martes, 1 de marzo de 2011

Oda libre y alegre

A estas alturas, con casi todo ganado y mucho perdido, ¿qué puedo decir ya? En este ciclo infinito donde apareces a diario caben pocas palabras y sólo hay espacio para lo indescifrable. Es decir, en el fondo, apenas hemos zambullido los pies en nuestras respectivas orillas, y aún queda todo el océano. Es lo que tienen las versiones.

De ti siempre me gustó: esa forma de mirar de reojo, como una dorada a la plancha. Tus orejas. Tus pies. Tu piel. Tu afición a la almohada. Tu valentía. El sonido de tu respiración, como si vivieras en el fondo de un pozo infinito. El olor a frutas de tu crema de labios. Tu amor a la cerveza fresquita. Todas tus colonias. El cambio de tu estado de ánimo según las necesidades físicas. Tu voz un poco rota. Tus tangas de oro. Tu risa contagiosa. Lo que te divierte preguntar calles a la gente de la calle. Cuando tarareas canciones que no sabes en días de resacas aceitosas. Tu incapacidad para ver películas sin quedarte dormida. Tu belleza entera. Tus descansos en albornoz después de ducharte. Tus mosqueos tan femeninos. Tus calcetines de media de vieja. Las manchas de maquillaje en el hombro de mis camisas blancas. Que leas los libros que te gustan. Tus pijamas de franela. Cuando lloras porque te da pena alguien que no conoces, como los vagabundos. Tu silencio irritado cuando despiertas. Tus ojos enormes. La vocecita educada que pones cuando hablas con extraños. Cuando te ríes sola al recordar algo. Lo seria que te pones cuando te maquillas o te pintas las pezuñas. Tu pelo, que es una cascada eterna. Que planees siempre formas fraudulentas e imposibles de ganar dinero, y te mosquees cuando me niego a llevarlas a cabo. Tu humor, tan negro como el mío. Tu bondad y tu malicia, ambas ingenuas de igual forma... todo esto y diez millones de cosas más que son recuerdo y presente. Un tesoro en cualquier caso.

A veces todo parece un sueño, pero esas horas infinitas en las que se mezclaron las lágrimas, el tabaco, los sueños, las risas, los disparates, los silencios, las conversaciones y las alucinaciones comunes, existieron en realidad.

Y yo, que soy un experto en adaptarme a las imposiciones caprichosas de la vida, sé que puedo mantenerme sin ser testigo privilegiado de todas estas cosas. Incluso podría llegar a vivir sabiendo que otros ojos lo verán en mi lugar, aún siendo ciegos de oído y sordos de corazón. Sin embargo, no soy de los que tapan con tipex para sobrevivir. Todo este tesoro sólo queda escondido en una de mis orillas particulares, enterrado pero alimentándose como puede de sol y sal y arena. Únicamente dormido, soñando con el día en que una mano, tu mano, lo desentierre y todo se vuelva presente. Otra vez. Por primera vez.