sábado, 13 de marzo de 2010

Delibes y el amor

Como buen castellano, Miguel Delibes era un hombre austero. Poseía además la sabiduría de los hombres amantes del campo, y en mi opinión fue un hombre afortunado: disfrutó de un gran amor durante toda su vida. También fue desgraciado, pues la muerte de su mujer lo sumió en una depresión de la que nunca llegó a recuperarse. Nunca se sabe cuál es el dolor más agudo, si la pérdida de lo absoluto, o la angustia de no haberlo llegado a alcanzar nunca.

Envidio a Delibes, como envidio a nuestras generaciones antecesoras, que supieron tratar el amor y las relaciones humanas de una forma sencilla y elemental. Hoy la gente continúa buscando lo mismo que entonces: amar y ser amado, pero lo busca en el camino equivocado, desde el egoísmo. Ahora el amor no se vive, se consume. La gente vive ansiosa, buscando desesperadamente el amor, pero cuando les llega no saben qué hacer con él, y lo desprecian imaginando que encontrarán otra persona que les mantendrá eternamente en una especie de nirvana constante. Porque la gente piensa que estar enamorado y mantener una relación es experimentar un sinfín de sensaciones psicotrópicas. Y todo esto sin contar con el actual miedo patológico al compromiso.

El amor hay que trabajarlo porque también es tedio, aburrimiento, disgustos… sabiendo que, por encima de todo, es compartir un proyecto de vida con otra persona. Hace años, esto lo tenía asimilado todo el mundo. También es cierto que no todo lo perteneciente al pasado era mejor, pues retrocediendo más en el tiempo, nos encontramos con los matrimonios de conveniencia. Aún así, me parece más inteligente dejar el amor a un lado para obtener otro tipo de beneficios (posición social, dinero…), que esta desenfrenada, lunática y errónea búsqueda del amor donde no se encuentra.

Para terminar, una cita del desaparecido Delibes: “Nos bastaba mirarnos y sabernos. Nada importaba los silencios, el tedio de las primeras horas de la tarde. Estábamos juntos, era suficiente. Cuando ella se fue, todavía lo vi más claro: aquellas sobremesas sin palabra, aquellas miradas sin proyecto, sin esperar grandes cosas de la vida, eran sencillamente la felicidad”.

lunes, 8 de marzo de 2010

Yo lo he visto...

Las cenizas revolotean, a veces, durante un tiempo demasiado prolongado en la vida de uno. Aunque me empeñe en buscar pepitas de oro y volver a sentir en mis papilas queritivas el gusto añejo de la alegría y lo bello, sólo encuentro soluciones espesas y sucedáneos varios. Pero bueno, afortunadamente tengo buena memoria.

No puedo olvidar que existe otra forma de vivir. Las escapadas con algunas monedas a la playa en invierno, exclusivamente para dormir la siesta sobre la arena; los brindis al amanecer con el cuerpo borracho, pero la mente más sobria que nunca; el ritmo de los segundos marcando el compás de tardes de primavera compartidas con poetas de los de siempre; los besos escondidos en muros de ladrillos vistos; los paseos chulos por aceras de otros continentes, con la guitarra a la espalda, lista para disparar canciones improvisadas; los desayunos eternos de los domingos; el sol y la flama esperando paciente en los portales; las noches de azotea, con las estrellas como público de Palco Platea, y varios felices partiéndose las gargantas, más altos que la amistad misma; el mar abrumador contra los acantilados, sí; las noches de verano enterradas en papeles llenos de tinta, en absoluto silencio y desvarío; vivir con la sal en la frente; las miradas tranquilas y sinceras; los kilómetros en la noche con su mano sobre la mía…

Hay otro mundo. Yo lo he visto. Yo lo he vivido. Y no se parece en absoluto a esta mierda gris que cada día intenta engañarme y convencerme. Hay otro mundo, y yo lo he visto.