jueves, 26 de marzo de 2009

Silvio: el cantaor rockero

Me gustaría llevar a diario un traje gris remangado y que me sentara tan natural como a él. Y una corbata fina en el cuello desabrochado de la camisa. Derramar mis pasos alegres con un cigarro en la boca para acudir a la cita con el Gin Tonic. Ser rockero y cofrade, y que eso fuera corriente. Pagaría por vivir en la Sevilla de los años ochenta, porque allí la movida –a diferencia de Madrid- no la protagonizaban niñitos aburridos con ganas de hacer el idiota.

Uno, que coquetea con la música como un quinceañero ensaya poemas desacertados para la vecina de enfrente, sabe que hacer una buena canción es difícil. De este modo, una persona que no hace una, sino muchas obras de arte de cuatro minutos, no puede sino estar tocado por la gracia. Silvio sabía, al igual que lo sé yo, que es complicado ser fiel a Baudelaire y ser sublime sin interrupción, y por eso supongo que eran pocas las ocasiones en las que no estaba borracho como una cuba. El bohemio auténtico sólo es aquél que no es consciente de que lo es. Por eso era un genio, y se convirtió en una leyenda en vida.



Convertir una melodía de Semana Santa en un swing es arte; nombrar a todas las vírgenes de Sevilla en una versión de Stand by me, también. Cambiar la coletilla “oh yeah!” en mitad de un rock puro por un “ole ahí”, y que suene americano y sevillano a la vez, sólo está a su alcance.

Por eso, queridos amigos, si aún no han descubierto a Silvio Fernández Melgarejo, aquí está su myspace, y este documental de una hora que no tiene desperdicio: A la diestra del cielo. Y termino con una minigalería de frases que me encantan de sus canciones: Está cerrada la droguería, candelaria de mi oscuridad, te pido un trago de cerveza y me dices no con la cabeza. Lo que quiero yo lo sabes tú: ir a mi aire.

lunes, 23 de marzo de 2009

Calabazas gigantes

En este mundo del periodismo ocurren cosas muy variopintas. En los pocos años que llevo trabajando como periodista profesional, a veces incluso cobrando, he vivido experiencias de todo tipo. Es cierto que he hecho cosas interesantes como entrevistas en exclusiva (es decir, yo solo y ningún otro medio más) a gente como Pepe Blanco o Luis Aragonés. También he asistido a la constitución del Senado tras las elecciones, y he conocido a varios poetas, escritores y escultores que merecen la pena. He tenido la suerte de entrevistar a las principales figuras del Carnaval de Cádiz, y jugadores del Real Betis Balompié. Y aunque esto me interese menos, también he estado con actores y cantantes del gusto de mucha gente.

Cuando he trabajado en prensa, he escrito algunas noticias y reportajes de fondo sobre urbanismo, deudas de ayuntamientos, casos judiciales o problemas sociales como el que sufren los españoles que trabajan en Gibraltar. Y si exprimo un poco mi memoria, seguramente me acuerde de otra larga lista de cosas interesantes que he hecho con motivo de esto del periodismo… Sin embargo, no puedo olvidar todas esas pamplinas en las que he gastado tanto tiempo y a las que nunca encontré explicación. Algunas de las más extravagantes: grabar unas crías de erizo de campo, entrevistar al cantaor ciego y loco El Cortecitas, al inclasificable Ziruela,... algún día os contaré estas historias con detalle.

Hace pocas semanas, mientras grababa un reportaje, se acercó un señor muy serio y me reclamó de la siguiente manera: “¡Oye, que todavía no habéis venido a grabar la calabaza gigante que tengo en mi casa!, ¡Tenéis que venir a grabarla, que es una calabaza de diez kilos!”. Y entonces me desespero y me pregunto en qué consiste todo esto. Es decir, pienso en las interminables clases sobre Teoría Crítica de la Comunicación, recuerdo a Francisco Sierra y la Escuela de Frankfurt, pienso en Análisis del discurso periodístico... y luego intento aplicarlo todo a la calabaza y a su legítimo dueño. Pero, queridos amigos, no me sale. ¿Qué se le va a hacer?

miércoles, 18 de marzo de 2009

La primavera trompetera ya está aquí

Los sensibles al clima sabrán de lo que hablo. Ya se van las nubes pegajosas, la lluvia, el frío, el frenadol complex y los guantes de los chinos. Llega la primavera que todo lo embrutece, y me alegro por ello. Me baño en un poquito de sol y todo alrededor parece más leve, menos importante y fugaz. Sintiéndolo mucho por las narices amigas que sufren alergia, la primavera es una estación grandiosa. Aunque también peligrosa.

En primavera parece despertar la agresividad que guardamos en el frío acarajotante del invierno. La gente va ansiosa o deprimida por la calle y hay que tener cuidado. No obstante, procuren disfrutar, conocer amores por las esquinas, y oler mucho. Mándense mensajes multimedia al pasado o al futuro y miren un rato al cielo azul, por los amigos que allí tenemos.

Y viva Camarón!


miércoles, 11 de marzo de 2009

Terminar...

Como me he convertido, no sin esfuerzo, en un auténtico experto en que las muchachas decidan terminar conmigo, aprovecho este púlpito electrónico para prometer solemnemente que a las próximas mujeres que tengan el honor de terminar conmigo, les recitaré de memoria este párrafo de las Confesiones de San Agustín:

“Comprendo que aunque son buenas las cosas que se terminan, si fuesen completamente buenas no se terminarían nunca; del mismo modo que no podrían terminar si no fuesen buenas, porque si terminan quiere decir que en ellas hay algo que acaba o se termina, y si no fuesen buenas no habría nada que terminar; si terminar es un mal, este mal no podría hacer daño si no dañara lo bueno, terminándolo. Por tanto, o el terminar de las cosas no daña nada –lo cual es imposible-, o bien, lo que sí es del todo cierto, todas las cosas que se acaban, al acabarse pierden algún bien. Por eso, si se les quitara toda cualidad de bien, no existirían en absoluto; luego si son, y en un momento determinado no pueden ya terminar nunca, es que son mejores que lo que antes eran, porque permanecen ya para siempre”. (Las Confesiones, San Agustín. Editorial Palabra, pág. 125).

Entonces, boquiabiertas, confirmarán en sus tiernas y suaves cabecitas con olor a vainilla, que deben terminar inmediatamente conmigo.

Buenas noches, queridos.

sábado, 7 de marzo de 2009

La atracción

-Nunca me he resistido a la hermosa puerta de un laberinto.

-¿Y eso por qué?, ¿es que te atrae perderte?

-No lo sé, cuando me encuentro en mitad de uno de ellos, y no sé dónde está la salida, me siento angustiado. Pero no porque no sepa salir, sino porque sé que al final saldré. Y entonces, ya no estaré perdido. Ni en un laberinto.

-Bueno, mejor así, ¿no?

-¿Mejor en casa, aburrido, que en el mismo centro de un laberinto?, ¡pero qué dices!

viernes, 6 de marzo de 2009

La altura de las expectativas

Estoy leyendo un libro sobre psicología, basado en la terapia cognitiva, cuya teoría se basa en que nuestros estados de ánimo son consecuencia exclusiva de nuestros pensamientos. Cuando nos sentimos mal, suele ser porque tendemos a utilizar pensamientos distorsionados.

Bajo esta teoría, ningún hecho externo ni ninguna persona tiene realmente capacidad para hacernos sentir mal. Sólo nosotros mismos somos los causantes de nuestro malestar. Parece una teoría simple y arriesgada, incluso absurda. Pero en su desarrollo no deja de tener razón.

Soy consciente de que no puedo pretender que los demás actúen como yo desearía, o como yo lo haría. No debo esperar que los sistemas de valores y “justicia” de los demás coincidan con el mío propio. Lo más conveniente sería bajar mis expectativas sobre cómo deberían ser las cosas. Siempre espero mucho de la gente que me rodea, y es común sentirme decepcionado. El hecho de que yo haga las cosas bien no implica que los demás la hagan. El hecho de que yo ame no significa que “tenga derecho” a ser amado… Si comprendo todas estas cosas, supuestamente me sentiré bien.

Pero yo me pregunto ahora: ¿son realmente tan altas las expectativas que tengo? Realmente pienso que me conformo con muy poco. ¿Lo que busco no entra dentro de la normalidad?, ¿resulta imposible encontrar hoy personas que no mientan, que no tengan dobleces, que sepan quiénes son, dónde están y qué es lo que desean?, ¿tan complicado es dar con gente que esté en paz consigo misma, que se conozcan, y que sepan apreciar lo verdadero?

Seguramente, obtenga mejor calidad de vida si bajo mis expectativas, pero siempre me quedará la sensación de conformidad. De abandonar la búsqueda de lo máximo, de lo grande y lo verdadero. Y tal vez sea, porque en algunas ocasiones he encontrado todo eso. Aunque luego lo haya perdido.

jueves, 5 de marzo de 2009

Nostalgia de la ciudad

La vida en un pueblo pequeño tiene muchas ventajas. Conoces a todo el mundo, y todo el mundo te conoce, por lo que vuela en el aire un ambiente familiar que inunda todos los rincones. Es agradable, aunque a los que no hemos tenido esa experiencia antes, nos resulta un poco extraño. Hay quien valora –y sobrevalora- las ventajas de vivir en un pueblo: es cierto que hay mucha tranquilidad, que estás exento de atascos, todo está cerca, la vida es más barata, hay un ritmo más saludable… Pero a mí no me convence todo eso. Prefiero la ciudad.

Cualquier ciudad es válida en su concepto de ciudad, pero luego las hay más especiales y menos. Sevilla es una de ellas (Cádiz también). Sevilla es una ciudad que está tan viva que es difícil explicar esto a los que no la conocen. Cuando uno se siente absolutamente solo, cuando las desgracias vienen a hacerte la visita de las cinco, o cuando todo parece perdido, siempre emerge la ciudad para cuidarte. La ciudad te habla, te mira, te escucha…

Además, siempre he tenido la extravagante y deliciosa sensación de que, aunque estés en casa, fuera hay miles de historias que están sucediendo, y en las que puedes participar. Hay miles de universos y posibilidades para elegir entre todas las opciones posibles, y eso ofrece una paz enorme. La sensación de libertad, aunque es imperceptible porque suele estar muy interiorizada, se expande ante el anonimato y la extensión de las calles. Las luces hacen que la noche sea un apéndice del día, y dormir deja de ser una necesidad para convertirse sólo en otra opción. En un pueblo pequeño, cuando hay alguna posibilidad (que no siempre la hay), acude todo el mundo, y deja de ser única y especial. Las calles son oscuras y duermen día y noche.

No obstante, el ser humano puede vivir en cualquier parte y en todas las condiciones. Como una vez escribí, sólo hay dos hogares posibles: el que corresponde al propio lugar de nacimiento (del que nunca se puede renegar), y el que se construye en un corazón ajeno.

Resurrección

Ojalá hubiera podido mantener el blog actualizado durante el carnaval, pero ha sido imposible. En esta ocasión no ha sido por dejadez, olvido o pereza. Han sido causas mayores, que me han impedido tener los ánimos suficientes para escuchar el concurso con alegría, y menos para escribir sobre él.

Pero bueno, han pasado algunas semanas, y hoy me han entrado ganas de no dejar para siempre este sitio que creé con tanto cariño. Así que lo reconvierto para escribir aquí pamplinas varias sobre mí, las cosas que me rodean y las que me interesan. Es decir, Carnavaleti se abre al Todo. Y en esta ocasión, con constancia. En serio.

Bueno, espero que me sigáis leyendo, y comentando mis locuras. Besos.